Cuando se anunció que la versión de Pinocho que haría el cineasta Guillermo del Toro se estrenaría el mismo año que la nueva propuesta de Disney me pareció extraño. Me imaginé que estaríamos saturados de la historia de muñeco de madera que se vuelve humano y al que le crece la nariz cuando miente. La película del mexicano recientemente acaba de llegar a la plataforma de Netflix, así que aún queda ver cómo se comporta y qué reacción tiene la audiencia ante una aproximación muy distinta a la tradicional, pero llena de mensajes muy pertinentes. No es mi historia favorita, pero sin duda vale la pena verla, y no para poder ser parte de la conversación colectiva, sino porque a quien le guste el cine de animación, va a disfrutar de elementos de la mejor calidad. El Pinocho de Del Toro no es monstruoso ni da miedo. Quizás es un poco más existencial, porque propone la posibilidad de los regresos para enmiendas y la paulatina toma de conciencia. Al menos, no se mete en el tema de la inclusión innecesaria como el último live action de Disney.Lo bueno
Para empezar, hay que hablar del lado técnico del Pinocho de Guillermo del Toro. La técnica de stop motion encuentra en la cinta una gran muestra de lo que es capaz de hacer No en balde se trata de una película que se tardó una década en hacerse. El nivel de detalle es increíble y-aunque no llega a lo que la película japonesa Kubo logró en su momento- por largas secuencias se pierde la noción de que es animado y se siente absolutamente real. Aparte de la técnica, que para mí se lleva los mayores méritos, hay que reconocer que Del Toro logró aterrizar la historia de Pinocho y anclarla a la realidad al ubicarla en los tiempos del fascismo italiano. ¿De una manera un poco arbitraria? Sin duda, pero esa decisión le da la oportunidad de poner sobre la mesa una cantidad de temas interesantes y pertinentes en el mundo en el cual vivimos. Pepe Grillo, el personaje que quizás más se acerca a la estética de Del Toro y que concentra su esencia, es sencillamente maravilloso.Lo malo
Personalmente tuve muchos problemas con Pinocho como personaje. Y no porque esperaba que fuera igual al de Disney, sino porque no llegué a crear ningún vínculo con él, cero empatía a pesar de cualquier calamidad que le pasara. Pinocho es una marioneta que -convertida en niño- llega al mundo sin saber nada de él, sin entender sus dinámicas. Ese no saber distinguir entre el bien y el mal es lo que lo mete en problemas constantemente y le va enseñando, de la mano de Pepe Grillo, el valor de tener una conciencia. En la cinta de Del Toro Pinocho es prepotente, altanero, grosero y atrevido. Cae mal desde el principio. Y entiendo que parte de las lecciones que quiera darnos el director es que a veces tenemos que relacionarnos con gente así, con la que no tenemos química, con las que de manera voluntaria no tendríamos contacto y en las que tenemos que aprender a encontrar algo bueno para hacer más llevadera la convivencia. Pero igual. Solo quise ver en una chimenea a Pinocho desde el principio por tonto. Una cosa que no me gustó es que el conocimiento que Pinocho tiene del mundo es convenientemente cambiante. A veces no sabe qué es un objeto o lo que significa una palabra, y al instante, maneja algo similar desde la malicia y sin la experiencia que se supone que debería tener para poder saber eso. No hay mucha coherencia en la manera en la que Pinocho se conecta con el mundo. Sueña con ser una estrella, pero bien pudiera soñar con ser un ladrillo, a fin de cuentas, no sabe la diferencia entre ambas cosas.Lo feo
Cuando vi la película sentí que había demasiados mensajes y que se solapaban constantemente. Y no se trata de que tenga que existir una sola línea argumental como si la cinta fuera para niños de preescolar. No. Solo que creo que hay que priorizar. En Pinocho se habla del poder, sus abusos y hasta la complicidad de la Iglesia, de superar duelos, de la autoaceptación, de no pretender cambiar al otro, de las limitadas oportunidades que da la vida para aprender, de los sacrificios, de la posibilidad de cambiar desde el amor… Se habla de muchas cosas y creo que muchas de ellas son válidas, pero otras se diluyen y caen en un limbo que coquetea con la tan de moda corrección política y la crianza respetuosa. Temas como el respeto y la obediencia se opacan ante la real y no menos importante necesidad de no comparar a las personas entre sí y a las expectativas que creamos sobre el comportamiento de la gente. Así se sacrifican otras importantes lecciones, que si bien ya fueron abordadas en la versión de Disney de año 40, no han perdido vigencia y que por el contrario, puede que necesiten revisarse como guía de valores, sopena de lo conservador que esto pueda sonar. Para mí, a Pinocho le falta orden en lo que quiere decir y le sobran las canciones, que no siento que aporten realmente nada y que no dudo que hayan entrado en juego para poder competir en ciertas categorías en entregas de premios.